dimarts, 20 de novembre del 2007
dimarts, 6 de novembre del 2007
un trosset del llibre per anar fent boca...
Silbando, Montag dejó que la escalera le llevara hacia el exterior, en el tranquilo aire de la medianoche. Anduvo hacia la esquina, sin pensar en nada en nada en particular. Antes de alcanzarla, sin embargo, aminoró el paso como si de la nada hubiera surgido el viento, como si alguien hubiese pronunciado su nombre.
En las últimas noches, había tenido sensaciones inciertas respecto a la acera que quedaba al otro lado de aquella esquina, moviéndose a la luz de las estrellas hacia su casa. Le había parecido que, un momento antes de doblarla, allí había habido alguien. El aire parecía lleno de un sosiego especial, como si alguien hubiese aguardado allí, silenciosamente, y sólo un momento antes de llegar a él se había limitado a confundirse en una sombra para dejarle pasar. Quizá su olfato detectase un débil perfume, tal vez la piel del dorso de sus nmanos y de su rostro sintiese la elevación de la tempertaura en aquel punto concreto donde la presencia de una persona podía haber elevado por un instante, en diez grados, la temperatura de la atmósfera inmediata. No había modo de entenderlo. casda vez que doblaba la esquina sólo veía la acera blanca, pulida, con tal vez, una noche, alguien desapareciendo rápidamente al otro lado de un jardín antes de que el pudiera enfocarlo con la mirada o hablar.
Pero es naoche, Montag aminoró el paso casi hasta detenerse. Su subconciente, adelantándosel a doblar la esquina, había oído un debilísimo susurro. ¿De respiración? ¿O era la atmósfera, comprimida únicamente por alguien que estuviese allí muy quieto, esperando?
Montag dobló la esquina.
Las ojas otoñales se arrastraban por el pavimento iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha que se movía allí parecies estar andando sin desplazarse, dejando que el impùlso del viento y de las hojas la empujara hacia adelante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar cómo sus zapatos removían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de pálida sorpresa; los ojos oscuros estaban fijos tan en el mundo que ningún movimiento se les escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. a Montag casi le pareció oir el movimiento de las manos de ella al andar, y luego, el sonido infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose cuando descubrió que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad de la acera, esperando.
Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su lluvia seca. La muchacha se detuvo y dio la impresión de que iba a retroceder, sorprendida; pero el lugar de ello, se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros, brillantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verdaderamente maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se había movido para decir adiós, y cuando ella pareció quedar hipnotizada por la salamandra bordada en la manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a hablar.
-Claro está- dijo -, usted es la nueva vecina, ¿verdad?
-Y usted debe ser -ella apartó la mirada de los símbolos profesionales- el bombero.
La voz de la muchacha fue apagándose.
-¡De qué modo tan extraño lo dice!
-Lo...Lo hubiese adivinado con los ojos cerrados -prosiguió ella lentamente.
-¿Porqué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siempre se queja -replico él, riendo- . Nunca se consigue eliminarlo por completo.
-No, en efecto, -repitió ella atemorizada.
Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrededor, le examinaba de extremo a extremo, sacudiéndolo silenciosamente y vaciándole los bolsillos, aunque, en realidad, no se moviera en absoluto.
-El petróleo dijo Montag, porque el silencio se prolongaba- es como perfume para mí.
-¿De veras le parece eso?
-Desde luego ¿Por qué no?
Ella tardó en pensar.
-No lo sé- Volvió el rostro hacia la acera que conducía a sus hogares- .¿Le importa que regrese con usted? Me llamo Clarisse McClellan.
-Clarisse. Guy Montag. Vamos. ¿Porqué anda tan sola a estas horas de la noche por ahí?¿Cuántos años tiene?
Anduvieron en la noche llena de viento, por la plateada acera. se percibía un debilísimo aroma a albaricoques y frambuesas; Montag miró a su alrededor y se dio cuenta de que era imposible que pudiera percibirse aquel olor en aquella época tan avanzada del año.
Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de Luna, y Montag comprendió que estaba meditando las preguntas que él le había formulado, buscando las mejores respuestas.
-Bueno- dijo ella por fin, ´tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas siempre van juntas. Cuando la gente te pregunte la edad, contesta siempre: diecisiete años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las cosa, y, a veces, permanecer levantada todas la noche, andando, y ver la salida del sol.
Volvieron a avanzar en silencio y, finalmente, ella dijo, con tono pensativo:
-¿Sabe?no me causa usted ningún temor.
Él se sorperendió.
-¿Porqué habría de causártelo?
-Les ocurre a mucha gente. Temer a los bomberos, quiero decir. Pero, al fin y al cabo, usted no es más que un hombre...
Montag se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle;las líneas alrededor de su boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fueran dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven, vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constante en su interior.
En las últimas noches, había tenido sensaciones inciertas respecto a la acera que quedaba al otro lado de aquella esquina, moviéndose a la luz de las estrellas hacia su casa. Le había parecido que, un momento antes de doblarla, allí había habido alguien. El aire parecía lleno de un sosiego especial, como si alguien hubiese aguardado allí, silenciosamente, y sólo un momento antes de llegar a él se había limitado a confundirse en una sombra para dejarle pasar. Quizá su olfato detectase un débil perfume, tal vez la piel del dorso de sus nmanos y de su rostro sintiese la elevación de la tempertaura en aquel punto concreto donde la presencia de una persona podía haber elevado por un instante, en diez grados, la temperatura de la atmósfera inmediata. No había modo de entenderlo. casda vez que doblaba la esquina sólo veía la acera blanca, pulida, con tal vez, una noche, alguien desapareciendo rápidamente al otro lado de un jardín antes de que el pudiera enfocarlo con la mirada o hablar.
Pero es naoche, Montag aminoró el paso casi hasta detenerse. Su subconciente, adelantándosel a doblar la esquina, había oído un debilísimo susurro. ¿De respiración? ¿O era la atmósfera, comprimida únicamente por alguien que estuviese allí muy quieto, esperando?
Montag dobló la esquina.
Las ojas otoñales se arrastraban por el pavimento iluminado por el claro de luna. Y hacían que la muchacha que se movía allí parecies estar andando sin desplazarse, dejando que el impùlso del viento y de las hojas la empujara hacia adelante. Su cabeza estaba medio inclinada para observar cómo sus zapatos removían las hojas arremolinadas. Su rostro era delgado y blanco como la leche, y reflejando una especie de suave ansiedad que resbalaba por encima de todo con insaciable curiosidad. Era una mirada, casi, de pálida sorpresa; los ojos oscuros estaban fijos tan en el mundo que ningún movimiento se les escapaba. El vestido de la joven era blanco, y susurraba. a Montag casi le pareció oir el movimiento de las manos de ella al andar, y luego, el sonido infinitamente pequeño, el blanco rumor de su rostro volviéndose cuando descubrió que estaba a pocos pasos de un hombre inmóvil en mitad de la acera, esperando.
Los árboles, sobre sus cabezas, susurraban al soltar su lluvia seca. La muchacha se detuvo y dio la impresión de que iba a retroceder, sorprendida; pero el lugar de ello, se quedó mirando a Montag con ojos tan oscuros, brillantes y vivos, que él sintió que había dicho algo verdaderamente maravilloso. Pero sabía que su boca sólo se había movido para decir adiós, y cuando ella pareció quedar hipnotizada por la salamandra bordada en la manga de él y el disco de fénix en su pecho, volvió a hablar.
-Claro está- dijo -, usted es la nueva vecina, ¿verdad?
-Y usted debe ser -ella apartó la mirada de los símbolos profesionales- el bombero.
La voz de la muchacha fue apagándose.
-¡De qué modo tan extraño lo dice!
-Lo...Lo hubiese adivinado con los ojos cerrados -prosiguió ella lentamente.
-¿Porqué? ¿Por el olor a petróleo? Mi esposa siempre se queja -replico él, riendo- . Nunca se consigue eliminarlo por completo.
-No, en efecto, -repitió ella atemorizada.
Montag sintió que ella andaba en círculo a su alrededor, le examinaba de extremo a extremo, sacudiéndolo silenciosamente y vaciándole los bolsillos, aunque, en realidad, no se moviera en absoluto.
-El petróleo dijo Montag, porque el silencio se prolongaba- es como perfume para mí.
-¿De veras le parece eso?
-Desde luego ¿Por qué no?
Ella tardó en pensar.
-No lo sé- Volvió el rostro hacia la acera que conducía a sus hogares- .¿Le importa que regrese con usted? Me llamo Clarisse McClellan.
-Clarisse. Guy Montag. Vamos. ¿Porqué anda tan sola a estas horas de la noche por ahí?¿Cuántos años tiene?
Anduvieron en la noche llena de viento, por la plateada acera. se percibía un debilísimo aroma a albaricoques y frambuesas; Montag miró a su alrededor y se dio cuenta de que era imposible que pudiera percibirse aquel olor en aquella época tan avanzada del año.
Sólo había la muchacha andando a su lado, con su rostro que brillaba como la nieve al claro de Luna, y Montag comprendió que estaba meditando las preguntas que él le había formulado, buscando las mejores respuestas.
-Bueno- dijo ella por fin, ´tengo diecisiete años y estoy loca. Mi tío dice que ambas cosas siempre van juntas. Cuando la gente te pregunte la edad, contesta siempre: diecisiete años y loca. ¿Verdad que es muy agradable pasear a esta hora de la noche? Me gusta ver y oler las cosa, y, a veces, permanecer levantada todas la noche, andando, y ver la salida del sol.
Volvieron a avanzar en silencio y, finalmente, ella dijo, con tono pensativo:
-¿Sabe?no me causa usted ningún temor.
Él se sorperendió.
-¿Porqué habría de causártelo?
-Les ocurre a mucha gente. Temer a los bomberos, quiero decir. Pero, al fin y al cabo, usted no es más que un hombre...
Montag se vio en los ojos de ella, suspendido en dos brillantes gotas de agua, oscuro y diminuto, pero con mucho detalle;las líneas alrededor de su boca, todo en su sitio, como si los ojos de la muchacha fueran dos milagrosos pedacitos de ámbar violeta que pudiesen capturarle y conservarle intacto. El rostro de la joven, vuelto ahora hacia él, era un frágil cristal de leche con una luz suave y constante en su interior.
dilluns, 5 de novembre del 2007
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